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domingo, 18 de octubre de 2009

EL RASTRO

Fotografía de Guillo Martillhoz. Octubre 2009. D.R.

Se dice que una imagen vale más que mil palabras y normalmente en las campañas publicitarias o comunicativas contra la violencia ninguna premisas es efectiva (por lo menos aquí), porque la campaña en sí misma es violencia explícita, de mal gusto y sobre todo es hipócrita y aberrantemente antiestética. Por ejemplo, hace algún tiempo, descubrí cerca de mi casa una cantidad descomunal de muñecas plásticas con sus vestiditos de juguete rasgados, tiradas al “azar” en la calle, como denuncia de la violencia, de violencia sexual hacia las niñas (sexista eso porque no vi carritos ni juegos de bomberos tirados con la misma intención en absurda “instalación” plástica). El comentario de una vendedora a una niña que la acompañaba, terminó de aprobar mi apreciación de dicho absurdo: ‘¡ay, y yo que quería regalarte una de esas!’… las muñecas aplastadas por los carros, era noviembre y ya olía a navidad. Unos meses después, la “instalación” callejera o “campaña” contra la violencia infantil (ojo, es impropio que sean las dos cosas a la vez pero así es aquí, dicen) era una fotografía en un salón de exposiciones… más absurdo diría yo, no hay.
Nunca he podido ver que la denuncia de todas nuestras aberraciones como sociedad vayan de la mano de lo estético, de lo implícito en lugar de lo explicito, vayan de la mano con el recurso expresivo en lugar del apurado afiche mediocre o la triste representación teatral, dancística o musical que ya aburre con lo mismo desde hace más de 15 años… creo que la culpa está en haber confundido eso de la libertad de expresión con lo de realizar marchas y eventitos para justificar el dinero extranjero. Las personas que marchan van por el pancito con repollo y el refresquito artificial, no oyen a la que canta “Todo Cambia” porque lo que no cambia es la canción, no ven a las quinceañeras bailando una coreografía floral vestidas y maquilladas como mimos de plaza… la denuncia contra la violencia es la misma desde hace mucho y lo peor, no deja nada a la imaginación, a la abstracción y al ejercicio muscular de la materia gris…

Una imagen vale más que mil palabras. En EL RASTRO la palabra vale y la imagen es su cómplice de principio a fin, llevándonos a examinar/ejercitar cada neurona viva que tenemos y a comprometernos a decir las cosas como son y no como se imagina que deberían ser. La denuncia al fin cobra vida como expresión estéticamente válida. Es, si se quiere, el homenaje al buen gusto y la denuncia y no es teatro político ni panfleto disfrazado de representación escénica porque no llega a decir a través de lo explícito lo que todos sabemos pero si nos hace retorcer en la butaca. Es una pieza teatral desnuda de pretensiones y sin embargo tiene todo aquello que hace exquisita a la obra de arte que se piensa y se haces desde la honestidad del autor y de los intérpretes. Hay cierta magia en esa simplicidad y esto se debe a que el gran actor es el espectador y la actriz principal es la conciencia de cada uno de estos actores que ven frente a ellos a su propia vida, su propia historia… como dicen: la verdad duele. Una escenografía minimalista casi al extremo pero que llena un vacío y genera grandes dimensiones geográficas y, que puede ser cualquier lugar, cualquier habitación, es parte de esa honestidad que desemboca en el llanto puro de la risa escondida en la vergüenza que sentimos por ser humanos.
La historia de la humanidad tiene violencia y ésta violencia tiene biografía/radiografía que es ese viaje de sesenta minutos a través de la historia de la violencia. La denuncia ha dejado de ser panfleto de muñecas y por fin se ha convertido en obra de arte, como una imagen de mil palabras… para el que me conoce, muy pocas veces digo que algo me gusta, y esto me gusta.
jueves 22 de octubre, 18:00 horas, pequeña sala del teatro nacional. San Salvador.
dirigida y escrita por enrique valencia
actuada por alejandra nolasco y viktorio godoy

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