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viernes, 10 de abril de 2020

CUENTO PARA DORMIR A UN FANTASMA ( II )


CUENTO PARA DORMIR A UN FANTASMA ( I )








Caminaba por las calles de la Habana, después de salir de internado los fines de semana, viendo cada rostro que se encontraba a su paso. El Juego interno y divertido era quitar con la imaginación la nariz de los transeúntes hasta llegar a su destino (que no era más que la casa de su novia). Continuar el juego era mucho más desafiante estando con ella, porque su belleza era descomunal y asfixiante y no podía para en solo quitar la nariz sino cada parte bella de ella. Dos besos románticos después, tenía que salir corriendo porque la hora del último autobús le arrancaba todo el rostro de la desesperación.

martes, 5 de diciembre de 2017

LA COFRADIA Y LA MEDIOCRIDAD (parte I)


Paseo. La calle es como un lienzo que cambia constantemente, pero con detalles inamovibles: la pobreza es ese tatuaje que no se quita ni con láser ni con política.

La reflexión me lleva, a pensar en todo aquello que hemos ido dejando, entre ellas: la lucha quedó en aquel sofá cama. Una vez fue sofá pero sabíamos desde siempre que servía para otra cosa.

Ese cochesito, fue de todo... hasta cadena le han puesto.

viernes, 12 de octubre de 2012



 LA GORDA, LADY GAGA Y EL GOBIERNO DEL CAMBIO 


No sabía cómo empezar mi regreso al blog, y en este mismo momento antes de escribir la palabra que sigue, tan poco sé cómo. Lo que sí sé es cómo terminarlo: fácil, poniendo un punto o puntos suspensivos.

Se fue dibujando como en cámara lenta, después se le fue aplicando el color que corresponde, llenándose de materia, a veces fecal y a veces de oro que, una vez mezcladas éstas, su resultado era o es oro con olor a mierda. Luchó por ser, menos mal que nunca fue, una especie de líder de la región pero más afligido por golpes y porrazos vecinos que por vocación de líder… dicen que las balas chafarotas le asustaban tanto que se llenó de lobos y ahí quedó la cosa. Lo más estúpido del proceso de dibujar fue aquello del portuñol y el espanglish, de negro y de barbudo, de obrero y de activista y… nada más alejado de la realidad y negando al loco del sur y al loco de verde porque eso trae malas amistades, malos consejos y muchos amigos neo-nazis  Pobre loco, dije yo y mis amigos me reprendieron por blasfemo: el cambio viene, me gritaban y yo les respondía amablemente que el problema de los calzones es que se cambian pero siempre soportan las mismas partes hediondas. ¡Que bueno es andar chulón!

Antes de eso, porque ahora es un “eso”, la muchachita era admirablemente visual, con sus machas corporales estéticamente bien hechas, cargada de locura bondadosa. Artista, según los cánones nacionales. Exploradora de lo intenso, de lo fácil, muchos dicen que agradable. Yo nunca lo dije, por suerte. Sus complejos la fueron llenado de comida a todas horas y la maternidad hizo su parte (justificación tardía) pero el entorno hacía lo propio… en el cerebro de ella… y lo que antes era belleza ahora era lo más horrendo y desagradable del planeta. Pobre gorda, decían. Yo, simplemente le dije amiga alguna vez pero ahora me refiero a ella como “la ballena musicalmente amargada”.

Primero vi el vídeo y me llamó la atención la extravagancia y el chucho de la misma raza que los míos. Después vi que era exquisitamente sexual, provocadora, conocedora de la música y fanática de Fredy Mercuri. Casi, casi llegó al mismo tiempo a la cima que el negrito a la presidencia (el otro del cambio y el yes güicán) y su fama iba haciendo lo suyo y su arte cada vez más imitado por otras. Esa voz mezclada naturalmente de hombre/mujer y el rumor y el morbo alrededor. Rubia, al fin, se dejó caer hasta lo más profundo de la quietud dinámica, repetitiva, cansina, aburrida. Ya jode mucho que la mayoría de las cantantes tengan que enseñar la papaya para vender discos (salvo la otra gorda, la inglesa, que no hay quién la encuere). La diferencia entre un “éxito” y el que sigue es solamente la peluca que usa, los tacones de travestí pendejo y/o los bailarines tipo alienígenas.

La muchachita cambió: pasó de fea a gorda espantosa. Lady Gaga cambió: sus pelucas no son las mismas en cada vídeo  ni los maridos, ni los amantes, ni los bailarines. Siempre diré que el cambio como lo piensa la gente no es el cambio, que el cambio como lo quería la gente tan poco lo es. No es aquella cosa que muta o se convierte. Yo creo que los cambios son otra cosa, lo que va a significar algo más allá de lo que es perceptible.
Él ha hecho lo que ha querido y no lo que debería haber hecho (que montón de conjugaciones del mismo verbo) y por puro azar si han habido cambios, de los que yo llamo cambios (otra vez la conjugación): pero no es el vaso de leche ni las rubias de las fotos de los paparazzi.
Los cambios para mi es el  irreparable y letal el daño causado a LOS MALOS por aquella visita del presidente del imperio a la tumba de Oscar Arnulfo Romero, porque no visitó el redondel de la vergüenza. El cambio es la sangrante  estocada y perpetua en el tiempo queda  el día universal de la verdad declarado por la ONU sea el 24 de marzo. No lo hizo el presidente porque no es tan inteligentemente conspirativo y a veces coquetea casi como “lady gaga y la gorda” con los malos. El cambio lo hizo la gente a través de la historia, de su historia. Desde la historia de todo un pueblo.

martes, 1 de diciembre de 2009

República Socialista de algún recuerdo y de tres amigos

fotografía Guillo Martillhoz. 2005. D.R.

Tenía una imaginación descomunal y de arrabal de Santa Anita, porque de ahí era. Osado, cuchillero, marginal y boxeador en la categoría infantil de la arena cerca a su casa, llegó a Cuba por cosas de la guerra para no variar. Sagaz para los apodos: todos menos Verónica Vides y los chapines teníamos apodo. Edwin, el más acérrimo crítico de su propia "belleza", era así y así murió al año siguiente en su primer combate, siguiendo los caminos de un ideal que por ahora nunca fue. Vivir en aquella escuela, internados, creo que fue lo más cercano al socialismo que él vio en su vida. Ya su hermano había ofrendado alguna parte de su cuerpo durante los primeros años de la guerra y él estaba en séptimo grado. Lo recuerdo con gran agrado: mi dos únicas peleas en aquella escuela las había organizado él. En una gané con amplio puntaje contra un colombiano burgués hijo de las FARC, la pelea duró todo el ancho y largo del albergue de octavo grado. La otra batalla la perdí por fatiga, el judo del "Negrón" que tenía de contrincante y su rabia porque yo le había marcado una bota en el pecho... lo demás es historia. Si de repente oías "Fausto Cara de Sapo" a todo pulmón, era Edwin desde la plaza de formación cuando Fausto el hondureño pasaba por el pasillo que conducía al área docente. Como dije, todos menos tres teníamos apodo... y sí, era así: Fausto tenía un rostro exótico, vaya. Una de las pocas veces que el expediente escolar de los salvadoreños que estudiábamos en esa secundaria estuvo cerca de la abominable mancha en el expediente escolar, fue cuando Oscar y Edwin tumbaron a machetazos toda una fila de matas de plátano propiedad del Estado, falta homologada con asesinar o matar una vaca cuando se trata del Estado y sus propiedades. Fue así, murió en su primer combate: una bala certera lo dejó en algún matorral de su país: tenía puesto sus guantes de boxeo, su sonrisa extremadamente cómplice de su picardía que, en esta ocasión, tenía cierta intranquilidad porque la sangre de su frente le dibujaba los labios como si fuera un payaso (su mejor vocación). Seguro de sí, no quiso ser héroe pero lo fue con nosotros y para nosotros, por eso nos puso apodos que aún usamos en esta liviana libertad que su muerte nos dio. Antes de ser estudiante fue ayudante de zapatero, después de ser estudiante fue guerrillero a los 15 años. Fue así y así murió.

Fredy, delgado como lagartija, con cara de perrito desnutrido (según valoración estética de Edwin) y apodado "Terry" por ese físico canino, tenía aquella afección de adolescente de hacer de una mata de plátano o la cáscara de su fruto, la mejor compañía sexual en aquellos ratos de ocio en esa escuela perdida en el monte de Artemisa, en La Provincia Habana. Fanático de las matemáticas y nulo para las mismas, era el más consiente de nosotros, el que competía por ser el más revolucionario ochentero, cumplidor de normas y diestro con la cuma o machete podando los zanjones de riego de los platanares... era su forma de devolverle a la naturaleza los favores sexuales que esta le daba, creo yo. Tuvo una novia en la escuela y le duró una noche por esa incompatibilidad que hay en la mayoría de casos entre un guanaco de pura cepa y una mulata caliente de un internado... como en el que estábamos nosotros. Así era él: flaco, huesudo, medio grencho, noble, competitivo hasta la muerte, comprometido con la causa. Así era él y así murió en la ofensiva del 89 en un cruce de balas desorganizado con otra fuerza guerrillera en pleno Soyapango. A miles de kilómetros, a punto de lograr ser bachilleres Beto y yo nos enteramos de su muerte. Él descoyuntado en la ciudad más poblada de San Salvador y nosotros con una botella de Bocoy (aguardiente bajero cubano) jugamos dominó hasta la madrugada. Los cubanos pensando que tendría pronto un aliado en Centro América recién caído el muro, ese fin de año nos inundaron el campamento con cerveza, ron y esperanzas del cambio. Ese que no llega y por el cual mis amigos dejaron su vida en una bala.

Nos conocimos jugando bádminton frente al edificio donde vivíamos en Boyeros. Vestía unos pantalones cortos hasta las rodillas y unas medias de futbol (medias gordas de rayas, como dicen en Cuba) hasta las rodillas, camiseta blanca y tenis blancos. Vestía como un negro habanero pero era venezolano como su padre, como su madre y como su "desastroso" hermano, Américo. Julio también tenía un apodo puesto por Edwin: "El Negro Jackson", por su afección al break dance y a la común cultura de los afro caribeños, sean estos del barrio más malo de la Habana o de Caracas. Limitado en algunas materias pero alumno ejemplar en educación física, Julio era, según él, el mulato más sabroso de la escuela. Su camisa del uniforme era almidonada a puro estrés de la novia que le planchaba la camisa, sus zapatos de charol forzado relumbraban en el pasillo del edificio docente y sonaban como con espuelas porque la moda era ponerle tachuelas al tacón de las botas que el sistema de educación nos daba, cosa de hacerlas más occidentalizadas dentro de lo que cabía. Después de probar suerte en muchas otras escuelas de donde fue expulsado, descubrió que su vocación eran las masas y seguir los pasos de su padre dentro de la guerrilla salvadoreña. Un día, de una de esas vueltas terminó en la escuela para Líderes Sindicalistas del PCC y graduado de ella se vio con un fusil en San Vicente. En 1991, a Julio le dieron muerte los de la posta militar que lo capturaron en Santa Clara, San Vicente... murió exactamente 10 años después que su padre, en el mismo lugar, con la misma nacionalidad y con el mismo nombre.

Tirada como mole "aspirante" a edificación soviética, descansa entre un platanar y los eternos campos de papas, aquella escuela que a bien o mal le decíamos "La Checa". Madera degastada sus ventanas por los huracanes y por el socialismo experimental de los ochenta, abiertas eternamente permitían que los chupasangre nos usaran de manjar. Beto y yo, recolectábamos mierda de vaca y sin ser marca registrada de Bayer, los espantaba con efectividad, pero cuando la mierda escaseaba (sin período especial aún) la respuesta era dormir bajo la ducha.

Verónica, Beto, Edwin, Oscar, Fredy y yo: los becarios salvadoreños. José Luís y Karina Siguil, los guatemaltecos. Fausto y Angélica, los hondureños. Albina Maluenda (mi novia) y Jorge Maluenda, más una chica sexualmente famosa en el internado, de la cual no recuerdo su nombre: los chilenos del Manuel Rodríguez. Julio y Américo Guzmán junto a "El Tol", apodo puesto por Edwin: los venezolanos. Rubén, de Uruguay. "El Cuacua", otro apodo, el colombiano. Derroteros diferentes y seguramente muertes distintas tendremos cuando llegue la hora, sabremos dedicar un segundo de los últimos pensamientos a aquel curso 85-86 en Artemisa, donde gané los nacionales de poesía, Beto descubrió la forma barata de tomar ron y Verónica descubrió la escultura en barro, después de esos kilométricos, así de literal, surcos de papa: los tres salvadoreños que quedamos vivos, más Oscar que se hunde en el olvido en alguna cantina de la derrota. El Nombre completo de la "nave espacial" del socialismo del siglo XX era "Escuela Secundaria Básica en el Campo, República Socialista de Checoslovaquia", alias "La Checa".